Durante el fin de semana pasado, el sábado 25, profesores y administrativos recientemente renunciados de la UDLA se reunieron para un 'Comida de Honor' acompañados de sus familias. Los anfitriones del evento fueron Eric Gueguen, ex-Jefe de Marketing Internacional, y Mark Ryan, ex-Decano de Colegios. El próposito era dar a los asistentes el debido reconocimiento por sus años de trabajo en la UDLA que no recibieron del deplorable liderazgo de la Universidad. A continuación palabras del Dr. Mark Ryan escritas para la ocasión.
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Simple Decencia
Dr. Mark B. Ryan
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Este evento encuentra su razón en la premisa de que la simple decencia en las relaciones humanas no sólo tiene lugar en el gobierno académico, pero en que, de hecho, es crucial para la salud de la vida de cualquier institución de educación superior. El elemento esencial de dicha decencia es seguramente el respecto para cada individuo, y un reconocimiento a sus esfuerzos en bienestar de toda de la comunidad.
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Aquí en este jardín, está representada la suma, en horas de trabajo, de literalmente siglos de servicio leal a la Universidad de las Américas. Todos ustedes conocen las circunstancias en que salimos, enfrentando oficinas bloqueadas, cerradas con candados, un ejército/una formación de guardias de seguridad, computadoras confiscadas, prohibiciones para entrar al campus, y acusaciones absurdamente falsas. En lugar de esos gestos humillantes, desde luego, debió de haber, si íbamos a salir, honores y tributos, medallas y condecoraciones, y tal vez banderas y mariachis y poesía, reconociendo el trabajo que todos ustedes han hecho para la Universidad.
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Todos nosotros fuimos parte de un esfuerzo, una empresa, que ha tomado décadas construir. Muchos de nosotros estuvimos en la UDLA tiempo suficiente para recordar cuando realmente se sentía como una comunidad unida por un ideal: crear una universidad privada y secular en México, de primer nivel, de reconocimiento internacional. Cuando llegué a la UDLA hace doce años, el sentido de comunidad, y la unidad detrás de ese ideal, era penetrante y manifiesto, y fueron tan fuertes esas cualidades como cualquier otro factor las que me persuadieron a quedarme aquí. Enrique Cárdenas frecuentemente decía que para los que trabajábamos ahí, estar en la UDLA era no sólo nuestro trabajo, era nuestra vida. En ese momento, esas palabras eran ciertas, y capturaban una realidad que hacía de la Universidad, o así me lo parecía a mí, un lugar muy especial.
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Una universidad es desde luego mucho más que las administraciones, que vienen y se van. Es una extensa comunidad de profesores, administradores, estudiantes y trabajadores, del pasado y presente, que comparten una visión, cuyas vidas están vinculadas unas con otras por experiencias y recuerdos y tareas y descubrimientos compartidos, y quienes colectivamente, a causa de esas experiencias en común, conocen una parte del otro. El alimento de ese sentido compartido de comunidad es vital para el futuro de cualquier institución educativa: perpetúa la lealtad que motiva a sus miembros a llevar a la institución al futuro y a hacerla mejor para las generaciones venideras. No hay tal alimento para la comunidad sin la simple decencia, sin la percepción por parte de los líderes del valor de la contribución de cada persona, sin reconocimiento del trabajo bien hecho.
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Hace tres o cuatro años, nos visitó el Dr. Gordon Gee, el entonces presidente de la Universidad de Vanderbilt. El Dr. Gee es el líder mejor pagado, y ciertamente uno de los más exitosos, de las universidades en Estados Unidos; hasta ahora ha sido presidente de cinco de ellas. En una tarde con él, creo que entendí la clave de su éxito. Era notablemente empático con la gente que conocía, capaz de ver su valor, de descubrir, de sacar, de reconocer y honrar, aún en una primera reunión, lo que ellos podrían contribuir al proyecto de la comunidad. Al ver ese valor, al reconocer que él mismo tenía mucho que aprender de la gente con quien trabajaba, inspiraba confianza a los demás; y él se hacía a sí mismo, parte de la vida común de cada universidad que ha encabezado.
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Ojalá que la UDLA algún día de nuevo esté bajo un liderazgo que entiende a la comunidad, que reconozca el valor de la gente que hay en ella, que vea la necesidad de la simple decencia. Mientras tanto, nos reunimos aquí para reafirmar ese ideal, para acordarnos de él, para practicar la decencia aún cuando el liderazgo de la UDLA la ha abandonado, y para reconocer públicamente lo que ese liderazgo ha fallado reconocer: el gran valor que cada uno de nosotros llevó a la institución. Con ese reconocimiento hoy, espero, estaremos mejor equipados para ir hacia delante al rico futuro que seguramente nos espera a todos.